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lunes, 18 de abril de 2011

Los niños son inmunizados contra la difteria de forma sistemática.

La vacuna de la difteria se combina habitualmente con la vacuna del tétanos y de la tos ferina (pertussis), bajo la denominación DTP (difteria-tétanos-pertussis). Si alguien que ha sido vacunado contra la difteria entra en contacto con una persona infectada, una dosis de refuerzo aumenta la protección.
Cualquier persona en contacto con un niño infectado debe ser examinada y debe sacarse una muestra de su garganta con un hisopo para realizar un cultivo. Preventivamente se le administran antibióticos durante 7 días y se le controla para detectar cualquier signo de la enfermedad. También se vacunará y se administrará una dosis de refuerzo que contenga la bacteria de la difteria a cualquier persona que esté en contacto con un niño infectado y que no haya sido vacunado o que no haya recibido una dosis de refuerzo en los 5 años anteriores. Las personas con cultivos de garganta negativos y que recientemente hayan sido vacunadas contra la difteria no necesitan tratamiento y tampoco suponen un riesgo para los demás. Sin embargo, los portadores de bacterias de la difteria (que no tienen síntomas) sí pueden propagar la enfermedad; por consiguiente, estas personas también requieren antibióticos y se les deben realizar cultivos repetidos de la garganta para detectar evidencia de la enfermedad.
Tos ferina

La tos ferina es una infección muy contagiosa causada por la bacteria Bordetella pertussis, que origina ataques de tos que habitualmente terminan en una inspiración prolongada, profunda y que emite un sonido agudo (ferina).
La tos ferina, que en un momento hizo estragos en muchos países y aún es un problema importante en el mundo, se presenta nuevamente con cierta frecuencia en algunos países desarrollados. Cada 2 o 4 años se producen epidemias locales. Una persona puede desarrollar tos ferina a cualquier edad, pero la mitad de los casos ocurre en niños menores de 4 años. Un ataque de tos ferina no siempre garantiza una inmunidad para toda la vida, pero el segundo ataque, si ocurre, suele ser leve y no siempre se reconoce como tal.
Una persona infectada propaga organismos de tos ferina al aire a través de las gotas de humedad que expulsa al toser. Cualquiera que se encuentre cerca puede inhalarlas e infectarse. Una persona con tos ferina habitualmente no es contagiosa a partir de la tercera semana de la enfermedad.
Síntomas y diagnóstico

Los síntomas de la enfermedad empiezan, en general, a los 7 o 10 días después de haberse expuesto a las bacterias de tos ferina. Las bacterias invaden el revestimiento de la garganta, la tráquea y el aparato respiratorio, aumentando la secreción de mucosidad. Al principio la mucosidad es escasa y fluida, pero después se vuelve espesa y pegajosa. La infección dura aproximadamente 6 semanas y pasa por tres fases: síntomas leves de resfriado (fase catarral), ataques intensos de tos (fase paroxística) y recuperación gradual (fase de convalecencia).
El médico que visita a un niño en la primera fase (catarral) tiene que saber diferenciar la tos ferina de la bronquitis, de la gripe y de otras infecciones víricas, e incluso hasta de la tuberculosis, ya que todas ellas tienen síntomas similares. El médico recoge muestras de mucosidad de la nariz y la garganta con un hisopo pequeño que se envían al laboratorio para su cultivo. Si un niño se encuentra en la fase inicial, el cultivo puede identificar las bacterias de tos ferina entre el 80 y el 90 por ciento de los casos. Desgraciadamente, las bacterias son difíciles de cultivar en las fases más avanzadas de la enfermedad, aunque la tos esté en su peor momento. Pueden obtenerse resultados más rápidamente si se analizan las muestras para detectar bacterias de tos ferina utilizando anticuerpos especiales, pero esta técnica es menos fiable.

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